Blogia
andrés monares

El precio en el mercado del espacio público

Con molestia muchos dueños de vehículos recibieron la noticia de que en horas de gran demanda, la autopista urbana Costanera Norte no sólo podía, sino que subiría los precios de los peajes. Lo cual ha levantado una ola de críticas y ha abierto (tal vez) un debate. No obstante, cabe preguntarse por qué recién ahora. ¿O es que alguien pensaba que la insólita medida de privatizar el espacio público no buscaba fines mercantiles?. Visto así, qué pasa con la ciudadanía que sólo llora sobre la leche derramada. Y, peor aún, qué pasa con los funcionarios del ejecutivo y los legisladores cuando declaran que revisarán los términos de los contratos de las concesiones: ¿no los leyeron antes de aprobarlos?

A raíz del alza de tarifas el actual ministro de Obras Públicas, Eduardo Bitrán, declaró algo que —más allá de la demagogia de Lagos en su momento— siempre fue obvio: la Costanera Norte no fue concebida para todos, sino para el 5% más rico de Santiago. Como ese pequeño grupo adinerado puede pagar el incremento de los precios, él no ve ningún problema. Siguiendo la más pura ortodoxia económica neoliberal se recurre al precio de una “mercancía” (en este caso el uso de una autopista urbana) como elemento de “equilibrio” de ese mercado. En otras palabras, la autopista tendrá menos usuarios por la discriminación que se dará entre quienes pueden y quienes no podrán pagar el aumento. Así, por la bendita mano invisible los que cancelen no sufrirán la congestión vehicular.

Cuando ahora se protesta por esa obviedad económica, queda al descubierto que pocos habían entendido lo que significan las privatizaciones (¡luego de tres décadas de neoliberalismo!). Para la lógica mercantil el goce de un bien y/o servicio se limita a los que lo pueden pagar. Si hay sobredemanda el precio es aumentado para “equilibrar” esa alta demanda. En este caso, al desincentivar el uso de la autopista disminuirían los atochamientos. En cambio, la lógica subyacente al desaparecido concepto de “servicio público” buscaba llegar con bienes y/o servicios a la mayor cantidad de personas: de ahí que no se pagaran, tuvieran un bajo precio y/o se cancelara por ellos “indirectamente” a través de los impuestos. Las calles como parte del espacio público no requerían desembolso directo; junto a otros servicios se “pagaban” a través de la carga impositiva.

La lógica económica del libre mercado es impecable... exclusivamente desde el punto de vista de la Economía de Libre Mercado. Debe quedar claro que ese tipo de economía se basa en un criterio de exclusión, el cual queda al descubierto cuando se ocupa el precio como factor de discriminación ante la “escasez”. Nunca está de más recordar que el mercado responde a la demanda efectiva y no a la absoluta. O sea, sólo a los que tienen dinero para pagar un bien y/o servicio; no a los que necesitan de un bien y/o servicio. A fines del siglo XVIII, el sacerdote anglicano Robert Malthus explicó este principio en lo que John Maynard Keynes describe como “el comienzo del pensamiento económico sistemático”:

“Supongamos una mercancía muy solicitada por cincuenta personas, de la cual, por algún fallo de la producción, sólo hay suficiente para abastecer a cuarenta. Si quien ocupa el cuadragésimo lugar, partiendo de arriba, dispone de dos chelines para gastar en esa mercancía y los treinta y nueve por encima de él tienen más, en diversas proporciones, y los diez bajo él todos[tienen] menos, el efectivo precio de ese artículo, según los genuinos principios del comercio, será de dos chelines... Supongamos ahora que alguien da a los diez pobres que quedaron excluidos un chelín a cada uno. Los cincuenta pueden ahora ofrecer dos chelines, el precio que antes se pedía. De acuerdo con todos los verdaderos principios del comercio justo, esta mercancía debe subir inmediatamente (...) si actuamos para impedir que la mercancía suba hasta quedar fuera del alcance de los diez más pobres, quienes quiera que sean, tendremos que echar suertes, hacer una lotería o luchar para determinar quiénes serán excluidos”.

He ahí el criterio del mercado y su “científica” materialización por medio del precio. En ese esquema no hay salida para la exclusión de los “pobres”. Como los “principios del comercio justo” indican que el precio “debe” subir, ellos nunca harán efectiva su demanda. Para eso “sirve” el juego de la oferta y la demanda, con su aspiración al máximo lucro, en un contexto de libre mercado. Se asignan los recursos por medio de la exclusión.

Se podrá decir que la lógica de Malthus está marcada por su temor al aumento de la población y a la disminución de la producción de alimentos. Lo cual es cierto... en parte. Pues, basta conocer la tradición clasista británica para saber que el argumento sí se dirige contra las clases bajas. Pero, sobretodo, el principio de exclusión sigue vigente en la teoría y práctica económica actual: el precio como mecanismo de equilibrio de los mercados. No porque el reverendo no utilice econometría para exponer sus argumentos, ellos no dejan de ser totalmente “modernos”... por lo menos es lo que dice un tal Keynes.

Pinochet hace años segregó Santiago al “erradicar” las poblaciones y campamentos del “sector alto” y crear nuevas barriadas en el sur de la capital donde fueron apiñados esos pobres. Era parte de su neoliberal preocupación por cuidar a los ricos limpiando sus barrios y regalándoles un pingüe negociado inmobiliario. He ahí el tema: el nuevo Chile pos dictadura fue construido para quienes al tener dinero pueden hacer efectiva su demanda. Son ellos los que acceden al país que crece a tasas del 6%. Lo bueno del libre mercado sería su alta eficiencia en la asignación “científica” de los recursos o, lo que es lo mismo, su discriminación a través de los precios. Y hoy en Chile esta “técnica”, que nos tienen convencidos que nada tendría que ver con una decisión política, se sigue empleando profusamente.

Con las autopistas urbanas, entre otros tantos ejemplos, la discriminación por el precio ha afectado también a las clases medias. Los automovilistas no están muy contentos. Mas, su ira sólo sería por el alto precio que les cobran. No se dirigió, en su momento ni ahora, a la privatización del espacio público ni a la desaparición de la noción de “servicio público”. Aprueban el neoliberalismo mientras tengan capacidad de pago o sean otros los perjudicados. Que hoy todo sea privado y mercantilizado no es problema... hasta que los afecte.

0 comentarios