Triunfo del NO: a 31 años de la gran estafa
Por más que la Concertación se exculpara durante años públicamente por no haber podido reformar el binominalismo, en verdad no estaba dentro de sus intenciones hacerlo. La opción por detentar el poder como un fin en sí, fue disfrazada bajo el discurso de no crear conflictos para permitir la gobernabilidad y la paz social. A trece años de recuperada la democracia el propio Patricio Aylwin declaraba que, a pesar de que no era partidario del binominalismo, “reconozco que le da estabilidad a los gobiernos y conduce a gobiernos de mayoría”.[1] Así las cosas, a nadie puede extrañar que la coalición no reformara el sistema electoral cuando en el gobierno de Ricardo Lagos tuvo (entre agosto de 2000 y marzo de 2002) mayoría en ambas cámaras del Congreso; ni tampoco lo hiciera Michelle Bachelet en su primer gobierno (2006-2010), quien también gozó de mayoría en el Congreso desde el inicio de su administración. Hubo que esperar a su segundo gobierno para que en 2015 se diera fin al sistema binominal.[2]
La cúpula dirigencial de la Concertación actuó así porque terminó por adscribirse al neoliberalismo, a su sistema económico o a la llamada “obra del régimen militar”. Porque habían dejado de creer en una cuestión primordial y básica de un verdadero régimen democrático: la soberanía del pueblo. Los hechos han dejado en evidencia que el liderazgo de la Concertación, y luego parte de sus militantes, desarrollaron y/o adoptaron una política (pseudo)democrática de tintes autoritarios y de carácter cupular. No tuvieron problema alguno en dejar a “Chile entre dos derechas”, como señaló el 2002 Sergio Aguiló, diputado del Partido Socialista. Al contrario, muchos y muchas lo hicieron con total convencimiento y entusiasmo:
…las agendas de la Concertación y de la Alianza por Chile son, en lo fundamental, idénticas. Son de derecha, sin más. Y ese es el principal problema político de nuestro país en estos tiempos: tener que optar entre dos derechas (…) Ambas, sin embargo, dibujando el mismo horizonte para Chile, a través de programas y proyectos que en cualquier debate intelectual serio y sin censuras serían catalogados de derechas (Cursivas nuestras).[3]
Exponer aquí la conversión al neoliberalismo de la Concertación no obedece a una mala intención; por el contrario, los propios libremercadistas fueron los primeros en reconocerla. Tempranamente en 1997 en dos editoriales El Mercurio reconoce a la Concertación por ser “un pacto político genial” por la continuidad que le dieron a las estructuras de la dictadura: la “mayor victoria” de los militares es que sus ex opositores, transformados en gobierno, “no hayan modificado nada fundamental de las nuevas estructuras” del régimen y que como “no tenían un proyecto socioeconómico, ni lo tiene” se limitaron “sabiamente, a administrar lo que ya había” (Corvalán, 2001). Por su parte, Hermógenes Pérez de Arce, ex funcionario de la dictadura y hasta hoy un acérrimo defensor de la misma, señala: “el modelo de desarrollo económico-social que ponen en práctica los sucesivos gobiernos concertacionistas se parece mucho más al que [la derecha] siempre prohijó que a los proyectos propios y originales de la izquierda (socialismo marxista-leninista) y de la DC (socialismo comunitario)”.[4] Por eso no es raro escuchar a adversarios de antaño de la Concertación como Oscar Godoy, cientista político liberal, declarando su “satisfacción” al “verlos ahora pensar como liberales”, un gozo similar al que se “le produce a un creyente cuando consigue la conversión del otro”.[5] Por su parte, Arnold Harberberg, economista de la Escuela de Chicago y especie de mentor de las primeras camadas de estudiantes chilenos en Chicago, afirma que el país bajo la Concertación fue un ejemplo para el mundo: “que partidos políticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica [léase monetarismo] es una bendición para el mundo”. Es más, ¡Harberberg no cambiaría nada de la política económica concertacionista![6]
Si la satisfacción de los adversarios de la Concertación no fuera suficiente para dar cuenta de su conversión al neoliberalismo, es posible citar a los propios miembros de la coalición. Por ejemplo, Edgardo Boeninger —insigne concertacionista miembro de su cúpula negociadora y directiva histórica— y su confesión respecto a tal evolución del conglomerado. Como ministro de la Secretaría General de la Presidencia del gobierno de Patricio Aylwin, señaló que dicha administración “cumplió la misión de ‘legitimar’ ” el modelo neoliberal y que ello lo realizó por “su propia convicción” (Corvalán, 2001). Por si aún no hubiera quedado claro, las palabras de su libro Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad (1997), no dejan mucho más que comentar:
De modo indirecto el éxito económico [¡sic!] postrero del régimen militar influyó significativamente en las propuestas de la Concertación, generando de hecho una convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer... la incorporación de concepciones económicas más liberales a las propuestas de la Concertación se vio facilitada por la naturaleza del proceso político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes (Boeninger citado en Portales, 2006: 105. Cursivas nuestras).[7]
Igualmente, Eugenio Tironi, el locuaz y siempre sincero intelectual concertacionista, reconocía en el año 2000 un secreto a voces al hablar respecto a ambas coaliciones: “son algo así como dos fuentes de dirección alternativa de un mismo orden socioeconómico, más no propuestas de modelos antagónicos” (Corvalán, 2001). Recientemente realizó declaraciones (o confesiones) en la línea de Boeninger ante críticas al neoliberalismo. Salió en su defensa y de paso aclaró cuál había sido por años el objetivo de la cúpula de la Concertación:
La transición no abolió el modelo neoliberal, ¡en buena hora! (...) la transición [léase Concertación en acuerdo con la Alianza por Chile y las Fuerzas Armadas] nunca se planteó abolirlo ni hacerlo desaparecer bajo una retroexcavadora. Al contrario: se defendió la noción de la continuidad por sobre la ruptura... (Cursivas nuestras).[8]
Se entiende entonces porqué las administraciones de la Concertación se distinguieron por su servilismo hacia el gran empresariado en desmedro de sus verdaderos mandantes: el pueblo chileno. A ello hay que agregar el primer gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014) que, por las características de su administración, se podría entender como una Concertación V.[9] La preocupación de las administraciones concertacionistas fue que los problemas socioeconómicos no dieran una mala imagen del país a los inversionistas: les interesaba salvar las apariencias para las consultoras internacionales de riesgo. No lo que debiera haber sido su prioridad: la vida del 84,7% de la ciudadanía que percibe un salario menor a $ 850 mil (Durán y Kremerman, 2018). Se ha eludido por años el tema del poder de influencia de los diversos intereses en la política económica, por medio del discurso acerca de que esas decisiones son de índole técnica. Lo cual es reforzado con el patrioterismo de definir aquellas determinaciones como un “tema país”.[10]
Es un hecho que la Concertación desde su llegada a La Moneda, asumió con decisión y entusiasmo la administración y legitimación del modelo socioeconómico instaurado por la dictadura cívico-militar. Con el obvio beneplácito de las Fuerza Armadas y de Orden, las élites empresariales y de la otra derecha, por más que sus partidos disputaran públicamente por ciertas cuestiones menores. Para lograrlo se usó y abusó, como prueba de blancura, de la lucha dada contra Pinochet y de que esos partidos habían sido los que recuperaron la democracia… haciendo desaparecer al pueblo y sus sacrificios de la historia. No obstante, al mismo tiempo, han beneficiado con sus medidas y omisiones a las élites y perjudicado al resto de la ciudadanía.[11]
(Este texto corresponde a un fragmento de la 2da. edición en preparación del libro Oikonomía. Economía Moderna. Economías)
[1] “Colusión binominal” (http://www.elclarin.cl/web/la-concertacion-debe-explicaciones/9795-colusion-binominal.html, 26.11.13).
[2] El binominalismo y la olvidada negociación de las reformas constitucionales con la dictadura en 1989, pueden entenderse como la excusa perfecta para esconder el giro neoliberal de la dirigencia de la coalición durante sus gobiernos: “los líderes de la Concertación aceptaron perder aquel inmenso poder que le brindaba la propia Carta Fundamental original del 80. Y lo que es aún más grave, desde el punto de vista democrático, dichas modificaciones se hicieron pasar completamente inadvertidas (...) validando aquella enorme cesión de poder político a la futura oposición de derecha” (Portales, 2000: 37). Esa mayoría cedida hubiera permitido modificar el “Plan Laboral”, las leyes de las ISAPRE y universidades, los sistemas financiero y tributario o el decreto-ley de amnistía.
[3] “Chile entre dos derechas” (www.derechos.org/nizkor/chile/conciencia.html).
[4] El Mercurio (19.03.06).
[5] La Nación (16.04.06).
[6] “Es una bendición que la izquierda haya abrazado la ciencia económica” (https://elpais.com/diario/2007/03/14/economia/1173826816_850215.html, 14.03.07). No por nada Ricardo Lagos —publicitado por la Concertación como el primer presidente “socialista” luego de Salvador Allende— recibió un cerrado y sincero apoyo desde la derecha y el gran empresariado: quien fuera presidente de la patronal Confederación de la Producción y el Comercio (CPC) declaró que “Como soy un liberal en esta elección [2016] claramente voy a estar con Lagos”, fue señalado como “el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos” y los grandes empresarios le declararon su amor. Lagos, el “socialista” ícono de la Concertación, es de un socialismo muy singular.
[7] Cabe señalar que es urgente preguntar qué es realmente el “éxito económico” en Chile: ¿cifras de crecimiento de las grandes empresas, aumento de la riqueza del l% más rico o de una fracción incluso menor de la población, el aumento del consumo suntuario de esos grupos?
[8] “Tironi irritado sale en defensa de su generación ante el juicio de la Historia: ‘¡En buena hora la transición no abolió el modelo neoliberal’ ” (http://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2016/12/19/tironi-irritado-sale-en-defensa-de-su-generacion-ante-el-juicio-de-la-historia-en-buena-hora-la-transicion-no-abolio-el-modelo-neoliberal/, 19.12.16).
[9] El segundo gobierno de Piñera apenas empieza y con una serie de señales equívocas, a lo que se suma su alianza con la extrema derecha filofascista y ultraconservadora cristiana (católica y evangélica). Piñera y sectores realmente liberales, pierden así una segunda oportunidad de encabezar la construcción de una centro derecha democrática... por lo que pareciera que ese rol lo seguirá jugando, como ha sido en todo el período de democracia recuperada, la Concertación hoy Nueva Mayoría.
[10] El segundo gobierno de Bachelet supondría un giro más reformista en ciertos ámbitos, pero su incapacidad política y para movilizar a la ciudadanía, no habría permitido avanzar mayormente o ese supuesto afán reformista fue un diseño político para ganar las elecciones de 2017... que perdieron estrepitosamente y con una abstención del 54%. En todo caso, la escasa discusión respecto a las reformas se movía entre la campaña del terror de la otra derecha con sus acusaciones de “populismo” y la insatisfacción de la socialdemocracia y la izquierda por la tibieza de las reformas.
[11] El sociólogo Felipe Portales, ex concertacionista crítico del rumbo que tomó la coalición, se ha dado el trabajo de pedirle explicaciones a la Concertación en una serie de columnas muy ilustrativas de su traición a sus viejos ideales: http://www.elclarin.cl/web/la-concertacion-debe-explicaciones.html?limitstart=0.
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