Ciudadanos versus Estado anticiudadano
Un funcionario de un Ministerio X me relató una singular situación: su jefe le hizo llegar una carta de un proveedor de un proyecto energético (privado por supuesto), quien se quejaba de que una empresa subcontratada no le canceló una cuenta millonaria. Ante el reclamo, el jefe le pide al funcionario que se contacte con la persona estafada. Pero, que junto con ponerse a su disposición, le aclare que no tienen jurisdicción sobre el tema… al ser un problema entre privados. Mas, insiste el solícito jefe, que ofrezca sus buenos oficios. Entonces, si no es una cuestión que el Estado pueda solucionar, ¿para qué inmiscuirse? El funcionario todavía se lo está preguntando.
Este tipo de situaciones no son excepciones; para muestra dos botones, entre los muchos posibles, que a SSS le constan personalmente. Un estudiante de un instituto dependiente de un holding estadounidense de la educación de mercado, pidió sus programas de curso y se le dijo que no se entregaban salvo si pagaba por ellos. Cuando buscó ayuda en el Ministerio de Educación, le respondieron que debía acudir al Servicio Nacional del Consumidor (SERNAC)… porque era un problema entre privados. Segundo caso: en la más famosa y germánica clínica privada de Valdivia, médicos exigen a sus pacientes exámenes del laboratorio de la misma Clínica. Cuando una persona escribió a la Superintendencia de Salud alegando por esa escandalosa integración vertical, se le respondió que la Superintendencia no tenía facultades en el caso y que el recurrente podía tratar la situación directamente con el Director médico de la clínica. Todo indica que asimismo por ser una cuestión entre privados.
¿A qué vienen esas historias? Son simplemente para recordar cómo cotidianamente se vive en un Estado neoliberal. Los chilenos no tenemos que leer a Sader, Bauman o Sousa Santos para entender el problema y saber que el poder ya no lo tiene el Estado, sino los grandes agentes económicos privados.[1] Ese Estado lo sufrimos a diario. El punto es que muchos ya no ven el problema de fondo, de un Estado que solo representa públicamente (el “hagamos como que…” de los juegos de niños) un poder que no posee y al que de hecho renunció. Ni tampoco el problema de forma o las consecuencias de lo anterior: malos ratos y abusos, y finalmente largos trámites inconducentes. El acostumbramiento lleva a una respuesta casi estándar: “No está bien… ¿pero qué se le va a hacer?”.
Ese es el Estado que nos rige, uno al servicio de las grandes compañías privadas (recordemos que las PYME dan lo mismo); y es más, se podría decir que está a cargo de las relaciones públicas de esas compañías. Ud. me dirá que soy un exagerado, pero le pido haga memoria y recuerde a un ministro comiendo un combo en McDonlad’s para que volvieran los clientes ante un problema sanitario o más recientemente a un alto funcionario ministerial explicando que la irrisoria multa para una autopista urbana era correcta por atenerse al contrato… elaborado y firmado por el Estado. También dos casos entre los muchos citables.
Otro ejemplo no difundido por los medios, pero buen indicador de esa cultura pro-privados/anticiudadana que se ha instalado en el mundo público, se tiene en el convencimiento expresado por un funcionario ministerial con cargo de jefatura de que su deber es que se aprueben los proyectos de los privados. Este personaje cree necesario convencer a las comunidades de las bondades de aquellos planes; sea cual sea su naturaleza, pues serían buenos en sí al representar el “progreso”. Es un principio, una guía de su labor al servicio del Estado. No es broma. Aquel funcionario lo decía con total convencimiento, sin asomo de malicia que pudiera hacer pensar en un “incentivo” monetario o esperanza de ser el próximo en la verdadera “puerta giratoria” del país: pasar del sector público al privado y dar un gran salto en los ceros del cheque de fin de mes.
El proyecto ideológico de “modernizar” al Estado, o sea, achicarlo, está vivo. No es una cuestión del pasado que se limitó a las privatizaciones fraudulentas de la dictadura o a las innecesarias (incluso económicamente hablando) de la Concertación. Lo lograron con creces: estamos ante un Estado enano… ¡que además dejaron tetrapléjico!
El Estado neoliberal y los partidos que lo manejan, ya no solo administra, sin ningún otro tipo de proyecto u objetivo (¡y ni qué decir utopía!). Es una especie de lobbysta de los privados, su abogado y además su relacionador público. Mas, como todo siempre puede ser peor, ni siquiera administra bien: no tenemos un capitalismo en serio, ni proyecto de desarrollo, a menos que se crea que nos desarrollaremos a punta de retail y extractivismo. No hay ni liberalismo, sólo un sistema oligopólico de carácter rentista que se apoya y a la vez produce una distribución muy desigual de la riqueza y las oportunidades… ¡apoyado por nuestros “liberales”!
La inteligencia de Jaime Guzmán elaboró un sistema institucional para maniatar a la posible oposición y que “se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría”. Tal sistema impondría un “margen de alternativas” tan estrecho, que sería “lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”.[2] No obstante, ni en sus mejores sueños (que para nosotros son pesadillas claro está) pudo vislumbrar que tal oposición no se vería constreñida. ¡Oh, milagro! La Concertación iba tener la voluntad política para seguir el camino que se le había trazado y al cual adhirió rápidamente luego del plebiscito del ’88… ¿o incluso antes?
Sé que no escribo ninguna novedad, que esto es hasta redundante por lo obvio. Lo hago por dos motivos. En primer lugar, por la que estimo la saludable costumbre de la memoria. Y, en segundo lugar y en este contexto anticiudadano, por creer entendible que el Frente Amplio se proclame no exclusivamente de izquierda, sino “ciudadano”. Sé que para no pocos de quienes se reconocen izquierdistas tradicionales (¿revolucionarios?), es un mero juego de palabras, un ardid que esconde un “centrismo” imperdonable.
Con todo, me parece que frente al Estado neoliberal la situación es tan precaria, abusiva, destructiva del país, de su gente, instituciones, ética y recursos, que sí creo tiene lógica hablar de ciudadanía (a sabiendas de que es un término debatible; para empezar desde las primeras naciones). No hace falta una postura política determinada para ser abusado hoy, para entender que estamos indefensos y hemos sido esquilmados hasta quizás cuántas generaciones futuras.
[1] Una columna accesible para el público general que analiza el caso español, similar al chileno, es: “Fascismo electoral: la ‘democracia’ no se atreve a decir su nombre” de Antoni Aguiló (http://blogs.publico.es/dominiopublico/9284/fascismo-electoral-la-democracia-que-se-no-se-atreve-a-decir-su-nombre/).
[2] Revista Realidad. Año 1, nro. 7, pp.: 13-23.
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