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andrés monares

El Carlos

El Carlos

A dos años del fallecimiento de Carlos Liberano en un 11 de junio, un breve escrito acerca de él.

I

Conocí a Carlos recientemente, en algún momento del año 2004. No recuerdo bien, pero un grupo de profesores universitarios fuimos invitados a unos seminarios organizados por una en ese momento para nosotros desconocida y por cierto misteriosa Corporación AYUN.

Debo confesar que algo no nos cuadraba en todo esto: ¿Qué era y qué pretendía esta Corporación? ¿Quién era y qué pretendía este singular personaje Liberona?... Tendría que pasar algún tiempo para tener la respuesta a esas preguntas. Y también transcurridos estos años, no puedo dejar de sonreír al recordar esas aprensiones.

En todo caso, ciertamente era particular este señor Liberona con su estilo de vestir medio “desarmado” y su hablar ronco (después supe por qué), y su actitud y conversación seria... Pues, en ese tiempo todavía no se relajaba con estos “académicos”. Y, como conversamos después, Carlos sabía por experiencia que no pocos “intelectuales” son de piel sensible, cuando no vanidosos. En el fondo, derechamente “fregados”. Por lo que por un tiempo estuvo tanteando terreno; por así decirlo, fue un largo round de estudio. Faltaba que apareciera El Carlos en pleno, con esa sonrisa media ladina acompañada de un guiño en que achicaba los ojos, algo campechano, bueno para conversar, las tallas, las historias y para reírse. En todo caso parece que pasamos del primer round, porque seguimos recibiendo sus invitaciones.

Tal vez fue bueno habernos conocido hace pocos años y fuera del mundo político con sus historias, diferencias, facciones, deudas pendientes y recuerdos imborrables (o no pocas veces imperdonables). Por un azar del destino me salté esa etapa de Carlos. No obstante, siempre supe que era de izquierda. Lo que en un principio, debo confesarlo, despertó ciertas inquietudes en mi. Por una parte, claramente por mi pre-juicio. Por otra, claramente por mis experiencias previas.

La verdad es que no tengo una buena imagen de la izquierda. No provengo de esa cultura. No fui de izquierda ni cuando era joven (me refiero a que esto pareciera que es para algunos incluso una etapa cuasi obligada de la adolescencia-juventud). Y a decir verdad, aún no me atrae el “sector”. Tal vez he tenido la mala suerte de conocer gente que en su actuar, no me cuadra con el ideal de quienes dicen estar empeñados en construir una nueva sociedad más justa, fraterna y humanista. Tengo en general la imagen de grupúsculos que se pelean a muerte entre sí por una especie de competencia por la pureza o consecuencia revolucionaria (práctica y/o teórica)... y dónde uno de ellos, a su vez, se subdivide por conflictos de similar importancia y profundidad en una fracción “auténtica” o “autónoma”.[1]

Y fue el contraste del actuar de Carlos con lo que en alguna medida yo esperaba —con mi pre-juicio y con mis experiencias pasadas—, una de las cosas que aprecié mucho de él. El tiempo que lo traté y en lo que respecta a mí, nunca preguntó o le dio importancia a la “militancia y esas cosas”.[2] Para él no era tema de dónde venías o cuáles eran tus referentes. El punto era en qué podías contribuir a la crítica o al proceso de construcción de una mejor sociedad. Desde ahí establecía los lazos personales. De hecho, una vez que nos conocimos más y que él se interiorizó de mi trabajo y mis opiniones políticas, no dejó de invitarme a exponer en seminarios y publicar escritos míos a través de la Editorial AYUN. Incluso, me ayudó a buscar trabajo y hasta opciones de continuar estudios de postgrado.

La persona que conocí del 2004 al 2009 siempre mostró esa actitud abierta; siempre recibí su ayuda sin condiciones, cálculos o esperando algo a cambio. Esa es la que se ha quedado conmigo en el recuerdo. Y no sólo son cosas que le reconozco; sino que se las agradezco profundamente.

II

Semanas antes de que falleciera Carlos, junto a unos compañeros tuvimos una reunión en su casa. Ya de vuelta, no sé cómo la conversación giró a una especulación sobre el modo en que El Carlos conoció a Doña Ulrike, La Ula. Nadie manejaba datos dignos de confianza. Pero sí imaginamos a un Carlos más joven embelesado por esa gringa comprometida, buenamoza y cordial. Haciendo gala de su simpatía y derrochando historias. Al tiempo que conjeturamos sobre una Ula no menos enganchada por ese joven revolucionario, tan bueno y entretenido para conversar (ahora que recuerdo... nadie le puso fichas a Carlos por la “pinta”).

Justamente en su velatorio, cuando tomó la palabra, Ula contó brevemente las circunstancias en que se conocieron. Después del golpe aparece donde ella vivía una persona acompañada de un joven. La idea era tener a este último en la casa escondido por razones obvias: cuidarlo. Y Ula termina la historia diciendo, con el grado de picardía que le permitía la situación, algo así como “…Y vaya si lo cuidé”. Con lo que nos hizo sonreír a todos.

Una de las cosas que me gustaba de Carlos era cómo hablaba de Ula. No tenía problema en decir que era una mujer “extraordinaria”. La misma palabra que según recuerdo usó ella en su velorio para describirlo. Eran evidentemente complementarios y siempre los vi como una pareja feliz. La verdad es que nunca he dejado de sentir una íntima satisfacción al ver o conocer parejas que luego de muchos años juntos pueden aún convivir con amor. Asimismo, al recordar lo que habló de Carlos su hijo en su velorio, queda claro que pudo construir fructíferamente también en su vida privada.

Ya dije que conocí a Carlos hace poco. Y aunque no ignoraba el contenido político de las muchas cosas que hacía, siempre tuve la imagen de una persona cualquiera, común, sencilla. Intentar mejorar el mundo no es privilegio ni monopolio de quienes profesan ideas políticas  o militan. Es lo que simplemente hay que hacer en tanto ser humano, ¿no? Así veía yo a Carlos. Y a veces pienso —asumiendo mi responsabilidad por estas especulaciones— que también era como se veía a sí mismo. Todo lo cual, por supuesto, nunca implicó ignorar su historia, militancia ni su ideología.

Por esa imagen que tenía de Carlos, me fue algo extraño escuchar en su velorio a muchos de sus compañeros y compañeras hablar de él en cuanto político, luchador, revolucionario, etc… Como que se me iba apareciendo la imagen de una estatua de un prohombre o algo así, al tiempo que se me desdibujaba El Carlos con quien me relacioné. Aquel que sigue acá en los recuerdos y en las múltiples iniciativas en que participó o ayudó a crear. No es por desmerecerlo a él, ni a quienes así lo recordaban. Tampoco quiero borrar una parte de su vida. La verdad es que en el tiempo de conocerlo, no vi a ese personaje sino a la persona. O tal vez no quise o supe verlo.

Para mi El Carlos era un viejo que “veía de vuelta” de su militancia, que reconoció errores y estaba satisfecho de sus aciertos e intentos. Pero en esa revisión no renegó de esos objetivos políticos... no pocas veces lo oí hablar con apasionado convencimiento y entusiasmo de su aspiración de una sociedad sin clases. Simplemente se dio cuenta de que los ritmos, sentimientos y esperanzas de las personas, no siempre son los mismos de los militantes (menos de los hiperiluminados). Advirtió que debía poner su empeño en sembrar. El inmediatismo del joven, quizás dio paso a la sapiencia y paciencia del viejo.

Y me parece que en eso estaba cuando nos topamos. Una persona con ideales que intentaba dejar su huella cooperando con otras personas; militantes o no, con ideología de izquierda o no, con urgencias cotidianas o no. El Carlos con quien me relacioné tuvo una vida particular marcada por su origen, sus experiencias, su historia política. No obstante, yo simplemente estuve con un ser humano. Ese descrito por Ula o por su hijo. O quizás no supe o no pude ver más que eso.

III

Un día de vuelta de algún lado que no recuerdo, íbamos en el auto de Carlos y bueno para conversar como era... íbamos conversando. Pero también era bueno para contar historias. Fueran cosas que le habían pasado, y vaya si tenía material; o de otras personas, y vaya si conocía gente y sabía sopesarlas y también verles su lado cómico.

En todo caso, cuando digo que era bueno para contar historias no sólo me refiero a que le gustaba contarlas. Asimismo a que las contaba entretenidas. Tal vez le “ponía color”. Sin embargo nunca perdían su verosimilitud. Además no era el típico viejo ególatra-latero que, por así decirlo, le da por monologar con público. Con su modo de narrar te hacía de algún modo partícipe del momento. En lo personal, mis favoritas eran las historias chistosas.

La cosa es que ese día de vuelta en el auto, me estaba contando una anécdota que le había pasado; por cierto entretenida y divertida. Cuando termina el relato hace una pausa en silencio y luego de lo que parecía había sido una profunda reflexión me dice: “Yo tengo cualquier historia”... y remata con una frase que hasta hoy me hace reír: “¡Hasta yo me entretengo!”.



[1] A este respecto creo que todo izquierdista debería ver la película “La Vida de Brian” de Terry Jones (1979). En ella el grupo inglés Monty Python hace una excelente parodia de ciertos grupos izquierdistas y su singular espíritu excluyente, divisionista, hipermaximalista e hiperconsecuente.

[2] El poeta y cantante Mauricio Redoblés compuso una canción sobre los chilenos feos, en la cual describe muy bien a algunos y algunas izquierdistas: “erís un típico de esos pelotas, que antes de interesarte por las personas, preguntai la militancia y esas cosas”.

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