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andrés monares

Sobre las críticas a las críticas al “dream team”

Sobre las críticas a las críticas al “dream team”

A pesar del tiempo transcurrido desde el nombramiento del gabinete “de excelencia” —a través de los medios y de conversaciones personales— he podido constatar que el tema no tiene nada de añejo. Específicamente la crítica a su notorio sesgo ha sido interpretada, por los sectores identificados con la derecha tradicional, como un ataque rastrero y rasca. Si ya es sospechoso el simple hecho de hacer un análisis de este equipo de los “mejores”, criticarlo es una especie de imperdonable bajeza.

 

A la superficialidad intelectual que denotan esa (sobre)reacción de los defensores del futuro gabinete y muchos de los (pseudo)argumentos que han esgrimido, se suma la paradoja de demonizar en democracia a la crítica y al debate de un tema relevante. Más aún, de uno público por excelencia.

 

Aunque ya se ha derramado mucha tinta en torno al tema, recordemos en qué nos basamos para hablar de un gabinete sesgado. De los 22 ministros —para nombrar sólo algunos aspectos— 17 estudiaron en la Pontificia Universidad Católica de Chile, 14 son ingenieros, 10 participan de directorios empresariales, 17 son de Santiago y todos han desarrollado sus carreras ligados al ámbito empresarial privado (La Tercera 11.02.10).

 

El punto de fondo en este debate, es que dentro de esa colección de “gente bien” (o que al menos parece serlo) se esconde una realidad propia de nuestro históricamente desigual país. Y por mucho que a algunos les parezca horrible clasificar de “cuicos” a los futuros ministros —y sí puede ser poco estético— tampoco debemos ser ciegos. Por cierto que he escuchado críticas de “clase”, esas que estigmatizan a quien no demuestre una “pureza obrera” de tres generaciones; pero el propio Marx las desecharía por burdas. Sin embargo, no sé si alguien pueda señalar que este grupo de tecnócratas campeones de la eficiencia (lucrativa) es representativo del país y/o conforman un grupo donde confluyen múltiples visiones de la realidad nacional. O al menos que sean capaces de darse cuenta de que existe diversidad en Chile, de entender esas diversidades y dialogar con ellas.

 

Por mucho que desde un voluntarismo miope se pueda desmerecer como argumento, sin duda la inmensa mayoría de los asalariados del país están lejos de tener una vida del tipo que han tenido y tienen los futuros ministros. Tómese en cuenta que según la última Encuesta Laboral de la Dirección del Trabajo, un 72.4% de los trabajadores gana menos de $ 477 mil  y sólo un 3% más de  un millón novecientos mil... Y todo indica que los miembros del gabinete se ubican en un subrango superior de ese ya ínfimo 3%. ¡No hay aquí ni una pizca de resentimiento! Es una sencilla constatación socioeconómica que relaciona cuánto ganas, en qué crees, dónde vives, cómo te comportas, con quién te juntas, etc.

 

Para facilitar la comprensión del sesgo del gabinete a quienes lo niegan y/o minimizan (y sin querer ofender la inteligencia del resto de los lectores) lo graficaremos a través de la ficción. En primer lugar, al igual que en los juegos de cabros chicos, “hagamos como que” en Chile es elegido un presidente mapuche y “hagamos como que” esa etnia corresponde a menos de un 3% de la población total del país. Sigamos haciéndonos que se designa un gabinete exclusivamente de entre ese pequeño y homogéneo grupo. Todos mapuche comprometidos con el objetivo de dar territorio (no tierras) y autonomía a dicha etnia, con similar educación y de la misma zona geográfica rural o semi rural, etc. Incluso contando con la sinceridad de su discurso de que se gobernará para todos los chilenos y chilenas, ¿qué opinaría Ud. Señor Huinca con respecto al sesgo de ese gabinete?

 

Si se quiere pueden también simularse gabinetes formados únicamente o en su mayoría por homosexuales o mormones o militares, etc. Y es del caso recordar que de los 22 nombrados, 14 son ingenieros y —en el sesgo lejos más peligroso a mi juicio— todos están estrechamente ligados al ámbito empresarial privado (en lo laboral e ideológico).

 

Los sociólogos y antropólogos de sobremesa han de comprender que no hay nada de malo en pertenecer a un grupo determinado. Nunca ha sido esa la discusión. Por lo demás es un dato de la causa que a través de toda nuestra vida todos formamos parte de algún grupo. El tema es asumir esa pertenencia y junto a ello los sesgos ideológicos consecuentes. Es decir, sus formas de “mirar” y concebir el país, sus estereotipos, pre-juicios, estructuras morales, estéticas, políticas, sus objetivos y medios, etc. Del mismo modo, deben asumirse explícitamente los intereses y relaciones asociadas a dichos grupos.

 

Se entiende entonces que aquí no se pone en duda que los miembros del próximo gabinete no quieran el bien del país (de hecho, por ejemplo, la merma en sus ingresos por ser ministros hablan muy bien de ellos). El punto es que “su” país, “su” bien y “sus” medios para lograrlo se derivan de su pertenencia a un grupo de élite conformado por menos del 3% de la población y con sus particulares intereses.

 

Antes de concluir quisiera referirme al agudo argumento del “empate”, esgrimido por quienes acusan el sesgo de los gabinetes de gente “blanquita” y de apellidos europeos-no españoles de la Concertación. Es indudable que muchos miembros de las cúpulas concertacionistas terminaron “subiendo” a los grupos de élite nacionales. Pero, más allá de sus apellidos, en su mayoría no pertenecían a aquellos ni por origen ni ideología. Al ser posterior su neoliberalización, también lo fue su adhesión ideológica a los intereses de las élites tradicionales y su accionar fáctico en su favor. No por nada (y pido disculpas por no recordar quién lo señaló) uno de los “aciertos” de El Mercurio fue dar más páginas a su sección de “Vida Social” para que pudieran aparecer personajes de la Concertación.

 

En fin. La acusación de clasismo contra quienes destacan el sesgo del gabinete, se entiende en el típico (pseudo)argumento derechista contra la crítica socioeconómica. Reforzada por esa especie de tradición gringa, instalada hace rato en el país, de aprensión sobre la crítica. La disidencia y el análisis antisistémico serían expresión de un evidente resentimiento social y/o amargura y/o envidia. Si todo está bien en esta nación ejemplo para el mundo, a punto de entrar al desarrollo y de vivenciar una nueva forma de gobernar, ¿qué oscuros motivos hay detrás de quienes se empeñan en buscar la mosca en la leche?

 

Lamentablemente, parece que la leche está agria para por lo menos ese 72.4% de la población que recibe un salario inferior a los $ 477 mil.... Pero claro, eso lo digo porque soy un resentido social, amargado por mi situación socioeconómica y envidioso de quienes tienen un mejor pasar que yo.

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