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andrés monares

Votar o abstenerse... ¿contradicción total?

Votar o abstenerse... ¿contradicción total?

En tiempos de elecciones, surgen los debates acerca de la abstención como opción política. No me refiero a los abstencionistas por desidia o del tipo “analfabetos políticos” de Brecht; sino a quienes desde un análisis político asumen que la participación en un sistema viciado es inútil, cuando no te hace cómplice al legitimar dicha estructura de opresión haciéndola ver como una realmente democrática. Así, para estas personas críticas, lo que queda ante la falsa opción del voto es el largo y tortuoso camino de organización y lucha por fuera de la (falsa) democracia.

Justamente, es esa democracia de élite y para la élite la que ha alejado a las personas de las urnas y de la vida política y/o ha hecho que otros se abstengan como castigo o manifestación de rebeldía.

Uno puede o no concordar con ese análisis, y en lo personal estoy de acuerdo con gran parte de él, pero ante todo hay que reconocer que es una postura razonada. Si es razonable en estos momentos, es el tema sobre el cual quiero exponer.

Respetando esas opciones ideológicas serias por la abstención, francamente en estos momentos me parece una especie de lujo.[1] Pues, la inmensa mayoría de la población que vive en nuestro país necesita de iniciativas cuyo origen y motor, aunque no nos guste, es el mundo político oficial. Desde ahí se elaboran leyes, se planifica y se toman decisiones.

Por ejemplo, hasta donde yo sé, la gran mayoría de los habitantes de Chile necesitamos un mejor transporte público, obras que mejoren la conectividad, acabar con las listas de espera en los consultorios, acceder a la gratuidad en educación, subir las pensiones a jubilados, más derechos laborales, acabar con las discriminaciones de cualquier tipo, combatir la corrupción, proteger a los consumidores, recuperar el agua y los minerales, eliminar la brecha salarial entre hombres y mujeres, proteger el medioambiente, construir más viviendas sociales, reformar el Sename, apoyar a mujeres jefas de hogar o víctimas de violencia intrafamiliar, acceso universal a salud y medicamentos, etc., etc., etc.[2]

En ese contexto, creo que lo urgente se antepone a lo importante. Y en lo personal, no quiero contribuir a que un gran número de personas se vea perjudicada porque no se legisle en su favor o se eliminen planes o prestaciones que los favorecían. Mas, si en el fondo, mi situación en el contexto chileno, es buena en comparación con la mayoría.

Por supuesto no pretendo sugerir que todas las personas que se abstienen (porque precisamente son críticas de la democracia liberal y del capitalismo de mercado en razón de la condición que dichos sistemas conllevan para las mayorías), olviden a esas mayorías oprimidas por una cuestión de “consecuencia” personal. Pero, al final del día, la agudización de las contradicciones a costa de las personas, no le va en zaga a los sufrimientos “transitorios” que supuestamente conlleva el futuro esplendor del libre mercado.

Tanto las vanguardias de izquierda como las de derecha que son los tecnócratas herederos de los Chicago boys, dicen estar interesados en las personas... pero son los primeros en sacrificarlas. Por eso, no quiero esperar a que unos iluminados nos guíen a la construcción definitiva de una sociedad ideal. Tanto por el bienestar de los demás como por mi propia esperanza de mejorar mi situación personal (mi futuro de jubilado pobre por ejemplo).

Prefiero caminar y mascar chicle. Porque sí se puede. Participar del proceso democrático, más allá de sus evidentes falencias y falacias, y avanzar en educación y organización antisistémica. Ya sabemos lo que ocurrió con el “avanzar sin transar”... que en el caso actual sería un “esperar sin transar”. Y ni siquiera me refiero al Golpe de Estado de 1973 en sí, sino a todo lo que se perdió por miopía política, maximalismo y, por cierto, por una absurda actitud de mantener una pureza revolucionaria o ideológica.

En otras palabras, votar hoy no implica renunciar al futuro. Es más, si Ud. se abstiene por convicciones políticas, es decir, es capaz de hacer un análisis político, sabrá que el voto también puede ser un arma de negociación.

Por lo demás, si Ud. viene desde hace años alegando por congresistas que legislan en contra los intereses del pueblo, incluso de las futuras generaciones, sería contradictorio y hasta implicaría un cierto grado de complicidad pasiva no votar y dejar a esa gente en sus cargos en el Congreso.[3]

De hecho, no deja de resultar curioso movilizarse exigiendo una medida política o ley, o contra ellas y/o contra ciertos políticos; pero a la vez no votar por/contra una medida política o ley, o contra esas figuras políticas.

Finalmente, no me queda claro qué tan bien nos ha ido con la abstención desde el plebiscito de 1988 hasta hoy. Porque creo que ahí hay un punto relevante para juzgar la abstención en tanto protesta: ¿Ha logrado algún cambio o simplemente despejó el camino para las élites que ni se han dado por enteradas de que la mayoría de los chilenos no vota? O sea, en términos prácticos y a la vista de sus resultados: ¿la abstención es un medio que nos ha ayudado a lograr algo o sólo asegura mi consecuencia política y mi pureza ideológica?

Si pienso, por ejemplo, en una escuela en un pueblito perdido en la puna y sus raciones de almuerzo para sus niños, bien me parece dejar a un lado mi consecuencia política.

Se puede caminar y mascar chicle. Es más, creo que es algo que se debe hacer. Votar o abstenerse no es una contradicción total.



[1] Tal como ocurrió con el plebiscito de 1988 contra Pinochet, aunque no comparable con nuestra situación actual por lo que estaba en juego hace 29 años.

[2] Fuera de que para un sinnúmero de aspectos burocráticos es necesario el funcionamiento del Estado a partir de la elección de representantes: desde los estadios o consultorios municipales hasta los tribunales y las policías.

[3] Ya se sabe a qué respondían esas leyes que no sólo nos desprotegían, sino también nos perjudicaban: cohecho o coimas. Esas que la prensa llama asépticamente “financiamiento ilegal de la política”.

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