Blogia
andrés monares

La inquietante Bolivia

Luego de la decisión del presidente Evo Morales de nacionalizar el sector de los hidrocarburos boliviano, en general los medios chilenos han “adornado” la noticia con adjetivos como “inquietante” o “preocupante”. Ante esta solapada campaña del terror —porque los periodistas deberían saber que al adjetivar le dan un enfoque a la noticia—, uno incluso podría creer que Bolivia está fabricando armas de destrucción masiva. Pero, no. Simplemente un presidente elegido con un mayoritario apoyo electoral cumplió un compromiso de campaña: ejercer la soberanía sobre las riquezas naturales de su nación. ¿A quién podría inquietar tal cosa?, ¿a quién podría preocupar?

En Chile, uno de los profundamente alarmados fue el canciller Alejandro Foxley. Para él, dicha nacionalización pone en jaque la integración regional —¡oh sorpresa!, era una prioridad para Chile— y el crecimiento económico de la región. No obstante, hay que tener en cuenta que Foxley es economista y además uno que declara abiertamente su admiración por el proyecto económico de Pinochet (ver mi columna del 17.11.05, donde se transcribe parte de una entrevista que Foxley concedió a Revista Cosas el 05.05.2000). Es decir, la impresentable opinión del canciller en tanto tal —de hecho la presidente tuvo que declarar que no es posible opinar sobre las decisiones soberanas de Bolivia—, se explica finalmente en que su “alma” de economista, y de economista neoliberal, fue más fuerte.

En primer lugar, no hay que gastar tinta en explicar que el modelo de desarrollo al que adscribe Foxley y la Concertación sigue las pautas del neoliberal Consenso de Washington de la década de los ‘80. Que no es otra cosa que una declaración de intenciones —o un recordatorio que intenta legitimarse con la palabra “consenso”—, sobre lo que ya se venía haciendo bajo la atenta dirección y mirada de Estados Unidos.

Por tales instrucciones, los gobiernos debían ser casi meros espectadores de lo productivo-comercial, dejando al libre mercado lo referente a la asignación de recursos, la acumulación de capital, el progreso tecnológico, etc. Dentro de ese esquema se debía privatizar todo lo que fuera posible por el dogma de que el estado es mal administrador, para capitalizar y porque nuestro subdesarrollo impediría explotar nuestras riquezas: mejor recibir migajas que nada. De esa forma, se desnacionalizó hasta lo que antaño se consideraron sectores estratégicos. Baste señalar el caso del agua en Chile (¡qué podría ser más estratégico!).

El vender la casa propia para pagar un arriendo a la larga demostró lo obvio; los hechos siguen siendo porfiados. El Informe 2003 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo —UNCTAD, por sus siglas en inglés— señala que el crecimiento del PIB en América Latina fue apenas de un 3.3% en la última década del siglo XX. El seguir las directrices del Consenso de Washington tampoco solucionó los problemas que supuestamente se enfrentaban: inversión insuficiente para crecer y generar empleo, una planta productiva ineficiente y una balanza de comercial deficitaria.

Es decir, el temor de Foxley de que la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia afecte el crecimiento económico de la región se muestra infundado. Es meramente reflejo de su rígida doctrina que se niega a “ver” otras vías de desarrollo; ni siquiera las que antaño él mismo apoyaba. Para el canciller lo correcto es tropezar una y otra vez con la misma piedra: que el libre mercado arregle lo que el libre mercado provocó. El enfrentar diversos problemas con una sola respuesta asumida como verdad perenne no habla bien de su formación “científica” como economista y ni siquiera de su sentido común.

Bien sabemos que finalmente el problema es político. Por más que hoy se niegue, las decisiones económicas son fruto de una decisión política: son políticas económicas. Esa diferencia de enfoque es entre dos formas de concebir el desarrollo. Una cede a los grandes capitales los países, con su gente y sus recursos, a precio de liquidación y con inmejorables regalías (mientras los cómplices nativos nos convencen que es mejor que nada). La otra intenta tomar en sus propias manos su destino. Sabemos cual opción representa Foxley y cual Evo Morales.

Primero Venezuela y ahora Bolivia dan “mal ejemplo” a la región. Y ello puede ser “terrible” si Kichner y Lula se deciden a cortar de una vez con el neoliberalismo y fomentar una política de integración regional profunda. Si se conforma ese eje antineoliberal que se apoye mutuamente en base a una integración solidaria y no competitiva podemos esperar un cambio real, histórico. Ese cambio por supuesto que debería implicar la nacionalización de las riquezas de cada país —y más aún de los recursos estratégicos—, para que las ganancias se redistribuyan en forma justa al interior de cada nación. Pues, la nacionalización no es un mero fetiche; debe ser un medio. Medio que también incluye un reforzamiento de la autoestima e independencia nacional y regional.

Lo inquietante para algunos es ese nuevo escenario que en América Latina puede empezar a concretarse. Que sea exitoso y cunda el ejemplo es lo que preocupa a Foxley y a los intereses que representa. Su error fue olvidar que ahora es canciller y mostrar una vez más que tanto él, como en general los economistas neoliberales, ejercen la vocería de las transnacionales. Aunque veamos lo positivo, al menos no reconoció a un gobierno encabezado por el presidente de la patronal que había derrocado a uno democráticamente elegido...

Acciones valientes y comprometidas con su propio pueblo —no con las anónimas juntas de accionistas o los multimillonarios— como la del presidente Evo Morales, nos pueden llevar a recorrer otros caminos en América Latina. Una nueva ruta que altere la realidad que nos muestra el propio informe de la UNCTAD aquí citado (el cual nadie podría tildar de tendencioso) y asegure la anhelada independencia económica, base para avanzar hacia el bienestar sin exclusiones de la población.

Es de esperar que todos los actores implicados en sacar adelante un nuevo proyecto en Bolivia se porten a la altura y puedan estructurar una democracia de los consensos en torno a dicha meta. Pero de acuerdos en verdad democráticos (no de cúpulas) y que en verdad favorezcan al país. Porque muchos ojos esperanzados están puestos en ellos... también los de quienes les desean el fracaso y sin duda harán todo lo posible para provocarlo.

Eduardo Galeano decía que en América Latina lo normal es que “siempre se entregan los recursos en nombre de la falta de recursos”. Tal vez estamos ad portas de alterar esa vil y falaz “normalidad”. Ojalá. ¡Fuerza Bolivia!

0 comentarios